miércoles, 2 de julio de 2008

Cuánto le cuestan al vecino las protestas en plazas porteñas

Daños al patrimonio urbano

Cuánto le cuestan al vecino las protestas en plazas porteñas

Habrá que invertir $ 70.000 en arreglos

Habrá que invertir $ 70.000 en arreglos

Desde hace dos meses, un campamento de familias de La Matanza vive en la Plaza de Mayo
Foto: Fernanda Corbani

Ya no quedan flores en "la plaza del amor", como la presidenta Cristina Fernández calificó a la Plaza de Mayo en su último acto allí. Sólo unas pocas y deshojadas margaritas amarillas se salvaron de ser pisoteadas durante las últimas marchas. No fueron deshojadas por el amor, sino por la desidia. Lo mismo les pasó a las demás flores que solían habitar la plaza. El cantero frente a la Casa Rosada parece la huella de un dinosaurio, ya que sólo quedaron los pozos en lo que alguna vez fue un colorido jardín. Lo mismo ocurrió con las plantas que formaban un escudo en el centro de la plaza.

En rigor, falta de todo: pasto, luminarias, limpieza... Las fuentes están silentes y dormidas. Cada vez que se realiza un acto político y multitudinario en la Plaza de Mayo, la ciudad debe invertir unos 30.000 pesos para revertir los daños en el césped, las plantas, los actos de vandalismo que destruyen baldosas, luminarias y carteles, entre otras cosas, según informaron a LA NACION voceros del Ministerio de Medio Ambiente y Espacio Público porteño. El cálculo para la plaza del Congreso es mayor: cuando se levante el campamento de carpas habrá que invertir $ 40.000.

Se trata de un dinero que saldrá de las arcas de la ciudad. En otros actos, como por ejemplo el que convocó en el Obelisco el pastor Luis Palau, los daños fueron estimados en unos 65.000 pesos. Cuando la ciudad concedió los permisos, exigió que la organización del acto religioso pagara esa suma en concepto de "césped, plantines, plantas y flores, rotura de riego y vandalismos varios", se informó. Y así se hizo. En los casos antes señalados, en cambio, los destrozos los pagarán los vecinos.

LA NACION quiso consultar al legislador porteño Juan Cabandié, del Frente para la Victoria, impulsor de la carpa de la Juventud Peronista en la plaza del Congreso, acerca del daño en el patrimonio urbano que provocan en la ciudad estas manifestaciones, pero el diputado no respondió las llamadas.

"Cuando lugares que están protegidos por la ley como monumentos históricos nacionales, por ser exponentes extraordinarios de esos valores, se bastardean, se degradan, se ensucian, se rompen de la forma en que estamos viendo hoy, no hay duda alguna de que nuestra sociedad está enferma. Uso no es abuso. Libertad no es libertinaje. Autoridad no es autoritarismo. Como sociedad tenemos la obligación de recuperar el respeto por el otro y por las cosas que son de todos nosotros en conjunto, como las plazas", dijo a LA NACION la doctora Sonia Berjman, urbanista y vicepresidenta del Comité Internacional Jardines Históricos y Paisajes Culturales.

Pirámide de insultos

Desde el último acto, el 17 del mes último, la Pirámide de Mayo se convirtió en un pizarrón de insultos. Las rejas que la rodean, en la muralla de un campamento de personas que vivían en un predio tomado en La Matanza y fueron desalojadas. Viven en la plaza desde hace dos meses.

Cuando uno visita la Plaza de Mayo, no sabe si un acto está por desembarcar o si acaba de terminar. Allí quedaron, desde quién sabe cuándo, dos escenarios a mitad de armar (o de desarmar). El primero está del lado este de la valla que divide la Plaza de Mayo en dos. Si uno se sube a él, descubre que incluso faltan tablones y que dejado allí no es otra cosa que un peligro. Del otro lado de la plaza hay otro, abandonado. También una escalera que termina en el vacío, en la que juegan los hijos de las familias desalojadas. Hay tachos que faltan y otros que están abollados y deformados a fuerza de golpes. Los carteles indicadores no cumplen ninguna función. Están cubiertos de carteles partidarios y graffiti.

Algo similar se va forjando en la plaza del Congreso, donde son más de diez las carpas levantadas por el debate sobre las retenciones móviles que enfrenta al Gobierno con el campo. Pese a que hay baños químicos, el olor a orina aparece en ráfagas indeseables. También hay yerba usada tirada en todos lados.

Al dar una vuelta por allí se reciben unos diez folletos. El suelo es el mejor testimonio de que la información es demasiada. También hay pancartas colgadas de las luminarias y un orden precario en la instalación de cables y conexiones de sonido. Hay que recordar que el 17 del mes último un manifestante que participaba de un acto en apoyo a la Presidenta murió al caerle sobre la cabeza una luminaria que se desprendió de una columna en la que se habían atado demasiadas pancartas.

Por Evangelina Himitian
De la Redacción de LA NACION

Es un delito

  • Dañar el patrimonio urbano es un delito castigado por la Justicia. Según se informó desde el Ministerio de Medio Ambiente porteño, romper un banco, dañar una luminaria, sacar una baldosa o escribir un monumento no son simplemente "faltas administrativas", sino un "delito". Es más, si un inspector porteño sorprende a una persona que daña una plaza, debe informar a la policía, que podrá proceder a su detención. Algo que en la práctica casi nunca ocurre, porque durante las manifestaciones políticas, en general, la policía está afectada al operativo de seguridad. En las plazas de Mayo y del Congreso el daño es doble, ya que se trata de patrimonio arquitectónico e histórico.

No hay comentarios:

Hay un lugar, para aquellos que no quieren ver, donde "No Ver" es perder de vista acontecimientos que nunca mas se volveran a repetir. "Yo no estaba, y si estaba, dormia...","...Ese viejo verso de aquellos que nunca se metieron en nada...."